Estamos hechos de pedazos de recuerdos y sueños. Nos
perdemos entre las sábanas por la mañana, nos miramos en el espejo temerosos aún
dormidos, esperando algo del día que acaba de empezar. Compramos cereales,
fruta, y té, entonces nos sentamos a
comer solos o acompañados, qué más da. Estamos solos.
Navegamos entre los días,
soñando con aquella playa de postal en la que un día estuvimos nosotros.
Nosotros. Todas las mañanas buscamos esos minutos de lucidez, la felicidad
espontánea que nos dan las palabras, o la lluvia cuando nos sorprende y está
fría.
También soñamos con el “quédate
conmigo”, pero sólo nos llegan noticias de huidas. Todavía no ha llegado el
invierno y estamos llenos de rabia. Odiamos el tiempo que nos va matando de
tanto echar de menos.
Y yo, odio las noches en las que no me abrazas (y también
los días), la taza de café que se
enfría, los autobuses abarrotados , la gente que no mira a los ojos y las veces
que lucho por algo hasta que me araña por dentro. Yo quiero contagiarte de
esto, de arañazos por dentro. De ganas de luchar. Quiero despertarme contigo
cada mañana, beberme el café caliente y contigo. Contigo. Encontrarnos en la cama por las noches, y soñarnos
debajo de las sábanas como si fuera la primera vez. Me niego a coger aviones
sin ti, ya te lo dije, porque todas las
huidas llevan tu nombre, y no importa lo lejos que esté si te llevo conmigo.
Que no quiero dejarte ir, no. Me niego a olvidar que un día apareciste en mi
mundo para darle la vuelta. Y desde entonces, bailamos por las calles de esta
ciudad gris, o de esa otra no tan gris. Nosotros. Hoy te lo pido, huye conmigo. Te espero aquí, ya sabes el destino… y
también los motivos.