Hacía mucho tiempo que no me perdía entre palabras, puede
que sea por el miedo de enfrentarme a un papel en blanco.
Hace ya unos días que he estado viendo el mar y sí, ahí está como lo recordaba, como siempre.
Intenso. Inmenso. Fuerte. Azul. Como la vida. Allí recordé porque escribía, y porqué ya no lo hacía.
A veces duele, a veces todo duele y huele a nostalgia. Hay páginas absurdas que nos resistimos a pasar para seguir leyendo. He vuelto a la sonrisa desde la que lancé todas mis penas hace años, pero la estaban reformando, y desde algunos rincones todavía solo está permitido soñar. Como os decía, he vuelto, para volver. Volver a lanzar “las tristezas” desde aquel lugar, bien alto. Pero algunas han vuelto, las muy putas.
Los viernes por la noche saben a soledad, o no. Y tengo un libro en las manos, cerrado y lleno de arena entre sus páginas para recordarme que el mar siempre está ahí para mí. Tenemos una casa que no es muy grande, pero desde la terraza se ve la luna siempre aunque no esté.
Las calles siguen siendo laberintos de desconocidos que no van a ninguna parte.
Y yo he perdido personas y he ganado batallas estos años. He demostrado ser más fuerte que nadie y me he descubierto débil por las mañanas. Llevo golpes acomodados en mis costillas y tengo unos ojos que no se cansan de buscar más allá. Más allá de las palabras, los edificios, de las pisadas, de las personas que se alejan y de todo lo que duele.
Son las 2:13 y en el salón solo se escucha el murmullo de algunos desconocidos que pasean sus pies por las aceras de la ciudad. Está sonando Etta James, y Olivia está soñando a mis pies en el sofá.
Soy feliz, las tristezas te hacen fuerte y los ojos grandes brillan si una quiere.
El futuro huele a nuevo, a excitante, a mágico, a desconcertante y a capaz.
A flores bonitas.
A arena.
A abrazo de mamá.
Al olor de tu piel.
A vida.
Esto es todo lo que nos queda, el fututo es solo nuestro, aprovechémoslo.
Hace ya unos días que he estado viendo el mar y sí, ahí está como lo recordaba, como siempre.
Intenso. Inmenso. Fuerte. Azul. Como la vida. Allí recordé porque escribía, y porqué ya no lo hacía.
A veces duele, a veces todo duele y huele a nostalgia. Hay páginas absurdas que nos resistimos a pasar para seguir leyendo. He vuelto a la sonrisa desde la que lancé todas mis penas hace años, pero la estaban reformando, y desde algunos rincones todavía solo está permitido soñar. Como os decía, he vuelto, para volver. Volver a lanzar “las tristezas” desde aquel lugar, bien alto. Pero algunas han vuelto, las muy putas.
Los viernes por la noche saben a soledad, o no. Y tengo un libro en las manos, cerrado y lleno de arena entre sus páginas para recordarme que el mar siempre está ahí para mí. Tenemos una casa que no es muy grande, pero desde la terraza se ve la luna siempre aunque no esté.
Las calles siguen siendo laberintos de desconocidos que no van a ninguna parte.
Y yo he perdido personas y he ganado batallas estos años. He demostrado ser más fuerte que nadie y me he descubierto débil por las mañanas. Llevo golpes acomodados en mis costillas y tengo unos ojos que no se cansan de buscar más allá. Más allá de las palabras, los edificios, de las pisadas, de las personas que se alejan y de todo lo que duele.
Son las 2:13 y en el salón solo se escucha el murmullo de algunos desconocidos que pasean sus pies por las aceras de la ciudad. Está sonando Etta James, y Olivia está soñando a mis pies en el sofá.
Soy feliz, las tristezas te hacen fuerte y los ojos grandes brillan si una quiere.
El futuro huele a nuevo, a excitante, a mágico, a desconcertante y a capaz.
A flores bonitas.
A arena.
A abrazo de mamá.
Al olor de tu piel.
A vida.
Esto es todo lo que nos queda, el fututo es solo nuestro, aprovechémoslo.