Era la típica que adoraba
ver las estrellas desde la azotea. De las que te decían “pero ese vestido es
increíble”, llevándose las manos a la boca y con los ojos abiertos como
platos. Perdía la vida por vivir y no
dejaba que el tiempo la matara (nunca). Removía el café planeando el siguiente
ataque. Corría descalza entre el tráfico de las noches sintiendo la libertad en
cada poro de su piel morena. No quería estar muerta. Estar viva era vivir con todas las letras. Te
llevaba a la luna si querías y si no te la traía a casa por las noches. Te
quitaba la ropa cuando quería sentirte lejos y te abrazaba cuando quería
sentirte cerca. Sabía que pasaría una vida ajetreada de llantos y sonrisas por
aquel corazón loco que tenía. Pero aquí estaba para eso. Si el corazón gritaba, se subía a una montaña y sacaba todo lo que llevaba dentro. Y si dolía la vida, sacába las uñas y luchába
contra ella. Si nada le llenaba, buscaba entre el tráfico de las aceras ese algo.
Porque la vida es bonita, puta a veces y éfimera. Y tenemos que dejar nuestra pequeña huella en
este mundo giratorio que a veces nos marea . Así que sonríe, escribe, baila,
dibuja, corre y vuela en sueños. Pinta corazones en las paredes cuando te guste
el amor, y táchalos cuando este se vuelva del otro lado.
La vida es una noria,
cuando estas arriba tienes que aprovechar todas las vistas y gritar. Cuando
estas abajo solo tienes que esperar paciente la subida (que siempre llega.) Si quieres
claro. ¿Y sabéis que? Desde aquí, últimamente
veo el cielo.