La
erótica de la intimidad, la lavadora girando como si no hubiera un mañana. Como
si no existiera hoy. Como si este suelo fuera un lago azul, helado. Como el
lago del círculo polar al que miraba África, sin esperanza. Ese lago que está
por toda la casa y se obstina en creerse infinito. Todos los muebles flotando,
y tú tan flaca. Tan desnuda. Tan frágil. En este lago no hay barcos, ni peces
nadando, sólo cucharas, tenedores y fotografías desnudas. Estás tumbada en la
bañera. El agua se va desbordando, y cada gota de agua se estrella en el lago,
como el latido de un corazón que se apaga. Tienes los ojos cerrados. Te
cansaste de leer, de buscar, de seguir el ritmo. Todo lo que querías se había
esfumado. Y tú te habías escondido en la bañera para que el lago nunca
existiera, pero existía, y estaba lleno de ausencia. La pintura de la pared se
iba cayendo. Los marcos de las fotos, la televisión había dejado de funcionar.
La ausencia de tu corazón se había convertido en un lago helado. Ya nada
existía. Supongo que era el final. El final de algo que nunca fue.
Nadie.
No. No lo sabéis, ni lo sabe nadie. No sabéis cuanta pasión generan ciertas cosas, no sabéis como pienso, no sabéis como actuaría ante cierta situación, ni cual será mi siguiente paso. No sabéis hasta que punto soy capaz, capaz de lo que sea, eso no importa: capaz; ni cuanto cabe en mí, ni cuanto reboso, cuando me colmo o cuando me vacío. No lo sabéis. No sabéis a cuanta impotencia puedo llegar a dar cobijo, ni sabéis en que punto exacto pierdo el control y me dejo dominar por un impulso, una corazonada. No sabéis cuantas veces al mes calibro mis ánimos. Ni cuanto me gusta ser absurda, ni sabéis si lo soy. No sabéis que porcentaje de risas desearía poder descomponer en lágrimas, ni sabéis si sería posible que eso ocurriera. No sabéis si no os dejo saberlo por pasotismo, vergüenza, desconfianza o prudencia. Pero es que si os lo contara, ya sabríais más que yo.