Nadie.

No. No lo sabéis, ni lo sabe nadie. No sabéis cuanta pasión generan ciertas cosas, no sabéis como pienso, no sabéis como actuaría ante cierta situación, ni cual será mi siguiente paso. No sabéis hasta que punto soy capaz, capaz de lo que sea, eso no importa: capaz; ni cuanto cabe en mí, ni cuanto reboso, cuando me colmo o cuando me vacío. No lo sabéis. No sabéis a cuanta impotencia puedo llegar a dar cobijo, ni sabéis en que punto exacto pierdo el control y me dejo dominar por un impulso, una corazonada. No sabéis cuantas veces al mes calibro mis ánimos. Ni cuanto me gusta ser absurda, ni sabéis si lo soy. No sabéis que porcentaje de risas desearía poder descomponer en lágrimas, ni sabéis si sería posible que eso ocurriera. No sabéis si no os dejo saberlo por pasotismo, vergüenza, desconfianza o prudencia. Pero es que si os lo contara, ya sabríais más que yo.

jueves, 26 de abril de 2012


Escribía sin parar, sobre el tiempo que pasaba, sobre el café derramándose en el salón. Sobre el primer viaje, el segundo, las playas desiertas, el metro a las ocho de la mañana. Sobre la soledad, los lunes sin sol, los vestidos de flores. El mejor antídoto de la vida era bailar bajo la lluvia. Y en esa ciudad llovía demasiado. Escribía sobre los mares que había conocido, y los que le quedaban por conocer…Aunque al final todos los mares son el mismo mar. Toda la tristeza es la misma tristeza. Ya no buscaba nada, tan solo se tumbaba en su cama a escribir. Como cuando era pequeña y dibujaba flores porque aunque no las veía todas la mañanas, necesitaba ver algo tan bonito como una flor (O casi…). Porque no hay nada más bonito que una flor en el pelo. Pero era invierno y no habían flores bonitas, y en esta ciudad llovía demasiado. Estaban siendo unos días tristes. A veces aparecía corriendo, escapando, buscando una estela de avión en el cielo. Porque ella creía que existían las señales. Que algo le diría: Sonríe, bonita, que lo mejor está por llegar. Pero ella seguía triste. Apagada. Como los inviernos sin flores, como una casa vacía, como un tren que nunca para y se lleva todo por delante.
Ha pasado algún tiempo, ahora es primavera. Han salido las flores.  Se ha ido la lluvia (pero ha seguido bailando). Y sigue escribiendo…Pero con una sonrisa, una bonita sonrisa.

domingo, 22 de abril de 2012

Tenia magia.




Una sala de espera en medio del desierto. Y te preguntas: ¿A qué esperas? Los pájaros de mi espalda están deseando echar a volar. Tengo una azotea con vistas al mar y dos tumbonas esperando que nos propongamos vivir y olvidarnos del mundo. Un par de abrazos entre las costillas y más ganas que nunca de ser feliz. Encontré respuestas en los libros, algo me decía que merecía la pena vivir si te servías el café cada mañana. (O me lo servías tú) Y me falta una copa de champagne para celebrar que somos, que existimos, que toda la vida es ahora. La historia de mi vida, unos ojos grandes que quieren volar. Buscando unos ojos verdes tras el periódico en la cafetería de siempre. Ella paseando con esa magia por aquel París olvidado. El blanco y negro de los recuerdos fundiéndose con los colores en aquel cuadro que coronaba el salón. La vida consumiéndose como un cigarro. Tachando los días del calendario cada vez más felices. Persiguiendo azoteas, corriendo en dirección contraria mientras la lluvia nos cala los huesos. Intensos. Azules. Odiándonos y amándonos a partes iguales. Descubriendo que la vida es fácil si sabemos mirarla de frente.
"La vida era estupenda. Lo único que uno tenía que hacer en ese pequeño mundo suyo era ser escritor o artista o bailarín y quedarse sentado o ir por ahí, inhalando y exhalando, bebiendo vino, simulando que uno sabe qué coño pasa."
Bukowski.



martes, 10 de abril de 2012

Estaba en el fondo del mar.



Hay días en los que me sentía pequeñita, iba por la calle y los gigantes pasaban a mi lado sin mirarme. Las baldosas crecían, los árboles alcanzaban el infinito y las camisetas me llegaban hasta los pies. Tenía los ojos salados y el cuerpo pequeño, miradas de sal, llagas en los labios de morder la vida. Es entonces cuando me apetecía ir corriendo a una playa desierta a gritarle al mar todo lo que sentía. Y sentarme en la arena, taparme con un paraguas y hacer un refugio a prueba de balas. Acurrucarme para no tener frío, a esperar que pasaran las horas y me taparan con su manta. Esperar a que la intensidad del amanecer me transmitiese toda su fuerza; Dibujando en cada color todo lo que sentía: gris, violeta, amarillo, rojo, sol. Solo quería ver el infinito, la intensidad. Volver a la vida, salir de mi refugio y caminar de lado a lado de la playa llena de ganas. Ganas de disfrutar de cada amanecer, de la música, del baile, de las pequeñas cosas, esas bonitas que nos llenan sin  darnos cuenta. Como me hubiera gustado despojarme de los horarios y de los obstáculos que hacían grises mis días. Si hubiera podido volver cada mañana a vivir en ese amanecer... 
Por suerte, al final encontré la respuesta en el fondo del mar.
Y es que, toca levantarse y vivir todos los días y encontrar lo que buscamos en el fondo de la taza del desayuno, colgarnos de las horas e ir de un lado a otro creyendo que llegamos tarde.Y sonreír. Y vivir. Y en algún momento, perdernos por el cielo desde la ventanilla del coche.
Pero esa playa desierta... esa playa desierta es todo lo que necesitaba entonces.