Nadie.

No. No lo sabéis, ni lo sabe nadie. No sabéis cuanta pasión generan ciertas cosas, no sabéis como pienso, no sabéis como actuaría ante cierta situación, ni cual será mi siguiente paso. No sabéis hasta que punto soy capaz, capaz de lo que sea, eso no importa: capaz; ni cuanto cabe en mí, ni cuanto reboso, cuando me colmo o cuando me vacío. No lo sabéis. No sabéis a cuanta impotencia puedo llegar a dar cobijo, ni sabéis en que punto exacto pierdo el control y me dejo dominar por un impulso, una corazonada. No sabéis cuantas veces al mes calibro mis ánimos. Ni cuanto me gusta ser absurda, ni sabéis si lo soy. No sabéis que porcentaje de risas desearía poder descomponer en lágrimas, ni sabéis si sería posible que eso ocurriera. No sabéis si no os dejo saberlo por pasotismo, vergüenza, desconfianza o prudencia. Pero es que si os lo contara, ya sabríais más que yo.

viernes, 23 de marzo de 2012

Vamos a volar.


Tenemos microondas para freirnos el cerebro, cafeteras para cocinar a fuego lento sueños color marrón chocolate y lavadoras que centrifugan palabras a mil por hora. Tenemos coches con los que viajar, naves espaciales para visitar otros planetas sin movernos de la cama y vasos en los que almacenar lágrimas y zumos. Maletas en las que caben sueños en forma de ropa interior, juguetes para cuando se nos olvida porque vivimos. Tenemos la estanteria llena de adornos inútiles que nos recuerdan quienes somos, y bolígrafos para apuntar todo lo que se nos pase por la cabeza y hacer la lista de la compra. Faldas para poner los sábados noche y tacones y maquillaje para aparentar ser quien no somos. Luchamos por algo, no sabemos porque, pero nos levantamos cada mañana con motivos que se escapan bajo el agua de la ducha. Estamos vacíos, somos muchas veces seres andantes observando como el mundo se desmorona. Tenemos mil maneras de decir las cosas pero pocas veces nos ponemos a ello, preferimos dejar que el tiempo pase y nos aplaste. Tenemos ganas de cambiar el mundo pero como mucho nos cortamos las uñas para no arañarlo. Nos gusta reir y aunque a veces se nos olvida el modo de hacerlo lo buscamos en el almacén de las cosas que no se olvidan. Tenemos cajas de zapatos llenas de cartas que nunca llegaron a su destino y fotografías que nunca vieron la luz en el último cajón. Sabíamos como ser felices pero un viento huracanado nos arrebató todo lo que teníamos. Tenemos una cadena de sueños atada a los pies que no nos deja volar y un cielo que no admite pasajeros sin billete. No existen mostradores en los que se vendan billetes hacia la felicidad. Tenemos momentos desperdiciados cayendo de nuestras manos al suelo y destruyéndose. Ganas de hacer cosas bonitas y tiempo que se escapa corriendo bajo la piel. Tenemos tanto, tanto que no tenemos nada.Una maleta de sueños aguardando detrás de la puerta para cuando haya que escapar de improvisto. Sin billete de vuelta.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Dicen que toma pastillas para no soñar.


Le inspiraban esas calles, al bajar al metro y mirar como cada persona iba en una dirección diferente. Le encantaba perderse en esas miradas ajenas, alguien iba a comprar el pan, alguien regresaba a casa y alguien no quería regresar nunca a su vida. Se perdía por los entresijos de la ciudad, entraba en cada librería solo para oler las hojas de algún viejo libro. Se reía con algún título, fotografiaba las sonrisas, y salía de la librería. A veces escribía en una cafetería del centro con vistas a toda la calle, vivía entre palabras y al caer la noche se acostaba con ellas en el ático de su habitación. Vivir de palabras no es tan malo. Había comenzado una historia de chico conoce a chica, se enamora de ella y le pide matrimonio justo antes de que se baje del metro. Ella se iba sin mediar palabra. Otra historia fugaz. Como cuando escribió sobre aquella señora que quería escapar de la vida y alguien se enamoraba de sus arrugas. O instrucciones para hacer té, para escapar de la tristeza, sobre como perderse en el fondo del mar sin saber nadar y terminar saliendo a flote. Esa era toda su vida. Y alguna noche de sábado solitaria, se inspiraba y terminaba hablando de caricias en hoteles de segunda clase, de cafés de madrugada y besos a medianoche. Sobre perderse en el placer ajeno y abandonarse a la vida. Todavía recordaba la primera vez que le habían acariciado el pelo con todo el amor del mundo. Despacito y suave, escribiendo en él palabras bonitas. Y esa noche de sábado, ella recordaba mientras la música no paraba de sonar. Como alguien se había enamorado y la había rescatado de la vida, como le habrían propuesto matrimonio caminando por las calles de Italia. O quizá eso era una historia más, quien sabe. Vivir de palabras no es tan malo. Y uno de esos días en los que uno pierde la vista por cualquier paisaje, encontró el título de su siguiente historia: “Instrucciones para volar.” Solo hacía falta palabras, sueños, alguna que otra caricia y tener la sensación de que todo está en su lugar. Ahí estaba, escribiendo a las 2 de la mañana la más cuerda de las locas, sobre como escapar del tiempo y colgarse de su risa, sobre como volar sin moverse del sitio. Otra historia sin terminar, otro olvido, otra noche solitaria y silenciosa con tan sólo el murmullo de la ciudad de fondo. Que susurra que vivir de palabras no es tan malo.

lunes, 12 de marzo de 2012

Como dos cuerdos que juntos se vuelven locos.


Empezamos hablando de la lluvia, tú te pasabas las tardes de domingo mirando desde la ventana como arrasaba el parque de enfrente de tu casa. Yo solía salir los martes a bailar sobre los charcos con un vestido azul. Azul lluvia, claro. Después me contaste como habías sobrevivido a la vida, algo sobre escribir, escuchar música, y sonreír por las mañanas. Me reconocí en tus palabras y luego me vi en ti. Claro que después llego todo lo de que yo necesitaba que me rescataran y ver el mar desesperadamente, y tú quisiste ser mi héroe. Y lo fuiste. Mientras yo te hablaba de mis días grises, tú me acariciabas el pelo, y nos prometimos un día bailar bajo la lluvia. Desde entonces, esta ciudad somos nosotros. Cada calle, cada farola, los bancos solitarios en las calles solitarias. La biblioteca y sus pasillos silenciosos, cada uno en un lado buscando el libro perfecto. Viviendo un romance en cada esquina, “viviendo la novela más bonita de todas”. Somos protagonistas de un libro que no tiene final, el prólogo me lo escribiste el primer día en la espalda. Empezaba con un “Seremos.” Escribiría sobre ti incluso sin conocerte, serías mi historia de amor de metro: “Cruzamos miradas, tú te perdías en tu libro de Kafka y yo memorizaba rostros somnolientos. Inventando un cuento para cada uno de ellos. Y un buen día, me cogistes por la espalda y acercándote sutilmente a mu cuello me susurraste: "Estoy enamorado de ti." Y el resto fueron vals por todo el metro hasta llegar al final y besarnos como locos.
Más tarde, tú me fotografiabas y yo te leía poemas desde la cama.
No es tan diferente, protagonizamos la huída de la tristeza cada día, cada noche. Cuando la realidad y el sueño se vuelven uno y amanezco contigo. Acariciándote los labios y pensando (no diciendote) que estoy enamorada de ti, como en ese metro inexistente. Y vals por toda la cama hasta llegar al final y besarnos como locos. Como dos cuerdos que juntos se vuelven locos.

viernes, 9 de marzo de 2012

Desde mi epicentro.



Después de tanto tiempo me pregunto cómo he llegado a esto.
Cómo puede ser cierto eso de que la vida es una noria que no para de girarn(arriba, abajo, arriba, abajo…). Cómo puede cambiar todo en cuestión de unos meses. Cómo pasar de hacer algo que te encanta, que mantiene tu vida a hacer algo que te amarga, consumiéndote poquito a poco. Cómo he podido pasar de saberme de memoria todos los vértices de una persona a no acordarme ni siquiera de su voz. Cómo ha pasado…cómo mi compañera de aventuras y yo nos hemos convertido en dos completas desconocidas que ni se miran al cruzarse por la calle. Cómo se consigue sentir que puedes dejar tu vida en manos de una persona, y al día siguiente, dudar de cada palabra que sale por su boca. ¿En qué momento exacto comenzó el declive? No lo se…No me gusta esto. No me gusta haber perdido a tanta gente en tan poco tiempo. Me da miedo convertirme en otra persona. Ya me he transformado demasiadas veces supongo. Quiero conformarme un poco, dejar de exigir(me), aprender a confiar, dejarme llevar (sí, se que sigue sonando demasiado bien.) Y sacar el valor de debajo de mi cama (o dónde coño se encuentre), para decirle a mi compañera de aventuras que la echo de menos y que
no quiero que pase un día más sin decirle que la necesito, al chico de los mil vértices preguntarle como está, y volver a escuchar su voz. Volver a dejar mi vida en mis manos sin miedo a que se me caiga al suelo y se rompa en mil pedazos. Quiero volver a gustarme.