Empezamos hablando de la lluvia, tú te pasabas las tardes de domingo mirando desde la ventana como arrasaba el parque de enfrente de tu casa. Yo solía salir los martes a bailar sobre los charcos con un vestido azul. Azul lluvia, claro. Después me contaste como habías sobrevivido a la vida, algo sobre escribir, escuchar música, y sonreír por las mañanas. Me reconocí en tus palabras y luego me vi en ti. Claro que después llego todo lo de que yo necesitaba que me rescataran y ver el mar desesperadamente, y tú quisiste ser mi héroe. Y lo fuiste. Mientras yo te hablaba de mis días grises, tú me acariciabas el pelo, y nos prometimos un día bailar bajo la lluvia. Desde entonces, esta ciudad somos nosotros. Cada calle, cada farola, los bancos solitarios en las calles solitarias. La biblioteca y sus pasillos silenciosos, cada uno en un lado buscando el libro perfecto. Viviendo un romance en cada esquina, “viviendo la novela más bonita de todas”. Somos protagonistas de un libro que no tiene final, el prólogo me lo escribiste el primer día en la espalda. Empezaba con un “Seremos.” Escribiría sobre ti incluso sin conocerte, serías mi historia de amor de metro: “Cruzamos miradas, tú te perdías en tu libro de Kafka y yo memorizaba rostros somnolientos. Inventando un cuento para cada uno de ellos. Y un buen día, me cogistes por la espalda y acercándote sutilmente a mu cuello me susurraste: "Estoy enamorado de ti." Y el resto fueron vals por todo el metro hasta llegar al final y besarnos como locos.
Más tarde, tú me fotografiabas y yo te leía poemas desde la cama.
No es tan diferente, protagonizamos la huída de la tristeza cada día, cada noche. Cuando la realidad y el sueño se vuelven uno y amanezco contigo. Acariciándote los labios y pensando (no diciendote) que estoy enamorada de ti, como en ese metro inexistente. Y vals por toda la cama hasta llegar al final y besarnos como locos. Como dos cuerdos que juntos se vuelven locos.
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