Nadie.

No. No lo sabéis, ni lo sabe nadie. No sabéis cuanta pasión generan ciertas cosas, no sabéis como pienso, no sabéis como actuaría ante cierta situación, ni cual será mi siguiente paso. No sabéis hasta que punto soy capaz, capaz de lo que sea, eso no importa: capaz; ni cuanto cabe en mí, ni cuanto reboso, cuando me colmo o cuando me vacío. No lo sabéis. No sabéis a cuanta impotencia puedo llegar a dar cobijo, ni sabéis en que punto exacto pierdo el control y me dejo dominar por un impulso, una corazonada. No sabéis cuantas veces al mes calibro mis ánimos. Ni cuanto me gusta ser absurda, ni sabéis si lo soy. No sabéis que porcentaje de risas desearía poder descomponer en lágrimas, ni sabéis si sería posible que eso ocurriera. No sabéis si no os dejo saberlo por pasotismo, vergüenza, desconfianza o prudencia. Pero es que si os lo contara, ya sabríais más que yo.

martes, 10 de abril de 2012

Estaba en el fondo del mar.



Hay días en los que me sentía pequeñita, iba por la calle y los gigantes pasaban a mi lado sin mirarme. Las baldosas crecían, los árboles alcanzaban el infinito y las camisetas me llegaban hasta los pies. Tenía los ojos salados y el cuerpo pequeño, miradas de sal, llagas en los labios de morder la vida. Es entonces cuando me apetecía ir corriendo a una playa desierta a gritarle al mar todo lo que sentía. Y sentarme en la arena, taparme con un paraguas y hacer un refugio a prueba de balas. Acurrucarme para no tener frío, a esperar que pasaran las horas y me taparan con su manta. Esperar a que la intensidad del amanecer me transmitiese toda su fuerza; Dibujando en cada color todo lo que sentía: gris, violeta, amarillo, rojo, sol. Solo quería ver el infinito, la intensidad. Volver a la vida, salir de mi refugio y caminar de lado a lado de la playa llena de ganas. Ganas de disfrutar de cada amanecer, de la música, del baile, de las pequeñas cosas, esas bonitas que nos llenan sin  darnos cuenta. Como me hubiera gustado despojarme de los horarios y de los obstáculos que hacían grises mis días. Si hubiera podido volver cada mañana a vivir en ese amanecer... 
Por suerte, al final encontré la respuesta en el fondo del mar.
Y es que, toca levantarse y vivir todos los días y encontrar lo que buscamos en el fondo de la taza del desayuno, colgarnos de las horas e ir de un lado a otro creyendo que llegamos tarde.Y sonreír. Y vivir. Y en algún momento, perdernos por el cielo desde la ventanilla del coche.
Pero esa playa desierta... esa playa desierta es todo lo que necesitaba entonces.

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