En uno de estos espacios de tiempo, lo conoció. Apareció de la nada, entre la gente... Se teletransportó a su vida sin saberlo. Y en la primera conversación ya se contaron una anécdota. Porque él no tenía un principio, no empezaba con un “Erase” ni acababa con un punto final, empezaba y acababa en puntos suspensivos, como los sueños. Se mudó al centro de sus pupilas y ella aprendió a hacerlo surgir en cada sitio que miraba y a soñarlo cada vez que cerraba los ojos. Pero resultó ser, que su historia se convirtió en un insomnio mutuo, y pasaban todas las noches juntos sin estarlo, besándose sin besarse, y queriéndose sin poder evitarlo; aumentando la lista de cosas que hacer para alargar las noches, echando al cansancio de la cama y bailando tangos hasta el fin del mundo.
Ellos no pedían un “Para siempre”, ni un libro entero. Solo querían que al final de cada capítulo apareciera un enorme cartel con “Continuará” (para siempre…).
"Es una historia que se escribe en las postales
con la necesidad de madrugar los lunes"
Quique Gonzalez
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