Nadie.

No. No lo sabéis, ni lo sabe nadie. No sabéis cuanta pasión generan ciertas cosas, no sabéis como pienso, no sabéis como actuaría ante cierta situación, ni cual será mi siguiente paso. No sabéis hasta que punto soy capaz, capaz de lo que sea, eso no importa: capaz; ni cuanto cabe en mí, ni cuanto reboso, cuando me colmo o cuando me vacío. No lo sabéis. No sabéis a cuanta impotencia puedo llegar a dar cobijo, ni sabéis en que punto exacto pierdo el control y me dejo dominar por un impulso, una corazonada. No sabéis cuantas veces al mes calibro mis ánimos. Ni cuanto me gusta ser absurda, ni sabéis si lo soy. No sabéis que porcentaje de risas desearía poder descomponer en lágrimas, ni sabéis si sería posible que eso ocurriera. No sabéis si no os dejo saberlo por pasotismo, vergüenza, desconfianza o prudencia. Pero es que si os lo contara, ya sabríais más que yo.

sábado, 28 de enero de 2012

Debajo de tu cama.



"Ahora que me acuerdo… te dejé mi compañía doblada en el cajón de las camisetas bonitas. Mi mejor sonrisa está colgada junto a tu bonita chupa de piel. Los abrazos rotos creo que están en el cajón de las camisetas. Las miradas de reojo se perdieron en el espejo de la entrada, ese en el que siempre te mirabas para peinarte, antes de guiñarme el ojo y salir por la puerta, ya de buena mañana. Los paseos por la playa los guardé en el zapatero. Las fotografías, están todas colgadas por la habitación. No las quites. Nunca. Son obras de arte.
Las caras de sueño están junto al amargo café de las 7 de la mañana. Perdóname porque nunca me acordaba de apagar ni la cafetera, ni la luz de tu presencia en toda aquella oscuridad. Cuánto te echo de menos...
Ojalá algún día tengas el valor que tanto me faltó. Lo escondí entre todas esas cartas sin destinatario que escribía por las noches, cuando me encerraba en la habitación, sola. Tan cerca, y sin embargo tan lejos.
Todas las palabras que debí decirte, todas, están por el suelo del salón, desperdigadas, como las piezas de aquel puzzle que intentamos montar, sin resultado. No nos dimos cuenta de que éramos nosotros los que no encajábamos en ese marco de homogeneidad. Ése fue nuestro problema. Somos tan diferentes...
No me olvido de tus consejos, de tus ánimos y de tu optimismo. Están congelados, en la nevera, al lado de la mermelada de fresa, que tampoco tiene fecha de caducidad.
Las noches en vela, leyendo, hablando y jugando al póker. En el jardín, junto al rosal que creció igual que creció aquello que un día nos ató. Aquello que nos quemaba la piel, que nos ardía en las venas de la conciencia de la misma manera que ardían nuestras penas en la chimenea del comedor, cada vez que estábamos juntos.
Los grises días de lluvia, están todos entre las letras binarias del periódico que comprabas todas las tardes. Las tardes que llenabas de puro colorido, ése que inunda cada cuadro del pasillo.
Las canciones, tu voz, todavía resuenan entre las cuerdas de tu guitarra. Siempre tocabas mientras escribía, para que fuese literatura melódica.
Los besos evaporados deben respirarse por toda la casa. Igual que yo te respiraba cada día, 24 veces por minuto. Minutos, segundos, horas. Cuanto tiempo compartimos. Todo me lo dejé allí. En ese mismo ático de la calle Talbot, paralela al famoso barrio de Portobello.
Incluso mi misma persona, mi verdadero yo, después de correr miles de kilómetros, después de huir tan lejos, de querer escapar de mi propio deseo... sigue allí, contigo."

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