Nadie.

No. No lo sabéis, ni lo sabe nadie. No sabéis cuanta pasión generan ciertas cosas, no sabéis como pienso, no sabéis como actuaría ante cierta situación, ni cual será mi siguiente paso. No sabéis hasta que punto soy capaz, capaz de lo que sea, eso no importa: capaz; ni cuanto cabe en mí, ni cuanto reboso, cuando me colmo o cuando me vacío. No lo sabéis. No sabéis a cuanta impotencia puedo llegar a dar cobijo, ni sabéis en que punto exacto pierdo el control y me dejo dominar por un impulso, una corazonada. No sabéis cuantas veces al mes calibro mis ánimos. Ni cuanto me gusta ser absurda, ni sabéis si lo soy. No sabéis que porcentaje de risas desearía poder descomponer en lágrimas, ni sabéis si sería posible que eso ocurriera. No sabéis si no os dejo saberlo por pasotismo, vergüenza, desconfianza o prudencia. Pero es que si os lo contara, ya sabríais más que yo.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Y sin embargo, un rato cada día, ya ves...




Llegaste de repente, sin esperarlo, como las cosas buenas (que llegan sin avisar). Y sin previo aviso, mi felicidad tenía tu nombre y apellidos. En muy poco tiempo me has dado lo que buscaba: una montaña rusa con subidas y bajadas, con pellizcos en el estómago y sonrisas efervescentes. Me enseñaste que se puede querer aquello que aún no has visto. Y por eso, después de tanto tiempo, he podido volver a decir esas dos palabras que tanto miedo me daban: te quiero.
Te quiero porque tu espalda es "casa" y ahí, aunque intenten pillarme, no pueden hacerlo. Te quiero porque sé que matarías monstruos por mí. Te quiero porque el espacio que hay entre tu cuello y tu hombro es perfecto para mi cabeza. Te quiero por aquellos besos. Te quiero por aquel sábado. Te quiero porque si tuviese que escoger un sitio para vivir, sería tu habitación (y me da igual donde esté). Te quiero porque consigues que quiera olvidarme de todo lo demás. Te quiero porque eres mi primer y último pensamiento del día (y también los 587 que hay en medio). Te quiero porque me has regalado una bolsa llena de ilusiones nuevas. Te quiero porque conseguías poner mi piel en guardia con un simple roce. Te quiero porque me basta con el hueco que hay debajo de tu cama (o un banco de una plaza de Valencia) para sentir que voy a explotar de felicidad. Contigo. Siempre contigo.
Y no se si esto servirá de algo o si este nudo de la garganta se irá en algún momento. Tampoco sé si sigues viéndome cuando cierras los ojos. O si quieres verme, a secas. Pero este es mi último cartucho... y no puedo obligarte a que me quieras. No se cómo hacerlo. Y tampoco se si puedo. Solo puedo decirte una cosa: déjame ser tu casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario