Nadie.

No. No lo sabéis, ni lo sabe nadie. No sabéis cuanta pasión generan ciertas cosas, no sabéis como pienso, no sabéis como actuaría ante cierta situación, ni cual será mi siguiente paso. No sabéis hasta que punto soy capaz, capaz de lo que sea, eso no importa: capaz; ni cuanto cabe en mí, ni cuanto reboso, cuando me colmo o cuando me vacío. No lo sabéis. No sabéis a cuanta impotencia puedo llegar a dar cobijo, ni sabéis en que punto exacto pierdo el control y me dejo dominar por un impulso, una corazonada. No sabéis cuantas veces al mes calibro mis ánimos. Ni cuanto me gusta ser absurda, ni sabéis si lo soy. No sabéis que porcentaje de risas desearía poder descomponer en lágrimas, ni sabéis si sería posible que eso ocurriera. No sabéis si no os dejo saberlo por pasotismo, vergüenza, desconfianza o prudencia. Pero es que si os lo contara, ya sabríais más que yo.

viernes, 11 de mayo de 2012

El sol siempre vuelve a salir de entre las nubes.



Era frágil como un pajarito herido que vuela a tirones. Tenía la espalda llena de cicatrices, arañazos de piel roja y secuelas de una vida feliz. La felicidad es la que deja más secuelas, eso es sabido por todos. Sus mañanas favoritas eran las de sol, para ponerse sus vestidos más bonitos. Le gustaban los de flores porque le recordaban a cuando era pequeña y se tumbaba en el césped entre ellas. Con cuidado de no aplastarlas, a ver el sol de frente. Esas mañanas, cogía su vieja bicicleta, se ponía sus mejores gafas de sol y colgada del cuello toda la felicidad que irradiaba e iba a ver el mar. Una visita fugaz. Volvía llena de churretones por la piel, oliendo a sal. Escuchando a los míticos Rolling Stones muy bajito. En la ciudad los gatos de los tejados se relamían los bigotes y en la librería del centro había libros llenos de polvo. Esa era la siguiente parada. No era una librería normal, tenía un diván al fondo en el que poder leer el libro que quisieras, y la magia de entrar, escoger uno, y empezar a leer era indescriptible. Esos eran sus días de sol. Sal, literatura, música y polvo. Tras la lectura obligatoria se acercaba a un restaurante de los de siempre, en el que te ponían un buen zumo de naranja y un bocadillo de atún con olivas y tomate. Comía perdiendo la vista por la ventana. Tras la comida, un café y dejar pasar el tiempo. Al llegar la tarde, paseaba un poco por la ciudad, observando artistas callejeros y músicos eternos. Las tiendas estaban llenas de gente y las galerías de arte vacías. Disfrutaba entrando a ver fotografías y dibujos, soñando con mundos desconocidos. Con carreteras interminables, máscaras azules y cielos sin una sola nube. Esos eran sus días de sol. Volvía a casa al caer la noche, con mil sueños de más. Se hacía un ovillo en la cama y dejaba que la noche la abrazara. En su casa llena de libros, sueños, oliendo a sal y a flores.

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