Escribí, por ejemplo, que quería
escuchar el mar en tu pecho cada tarde, que aun éramos jóvenes, no podíamos
dejar que nuestros sueños se deshicieran. Te abracé y perdí mis uñas de colores
por tu espalda, en un abrazo interminable que luchaba contra el tiempo. Bajé la
persiana, para que nadie nos viera, para esconderme del mundo contigo. Jugamos
a viajar en el tiempo. Estuvimos en el futuro, en cada una de las ciudades que
teníamos que ver, nos abrazamos en todas las posturas posibles, nos besamos
hasta que descubrimos que todavía sabíamos a mar. Éramos un mar lleno de mareas
y barcos. Te escribí: “Quédate conmigo”.
Sin embargo, ahora se que no habrán más inviernos, ni
primaveras. Que no existe un siempre, apenas un ahora. Y que nunca podremos ser
más eternos que el tiempo. Escribí también que ayer bailamos, sin ropa, en una
pista de baile con sábanas violetas. Y que te quise como a nadie.
-A veces no se puede
querer tanto- Te dije, y sonreí. Como quién despide un tren, sabiendo que no
volverá a pasar por ese lugar. Sabiendo que no nos queda más que un puñado de
recuerdos que pasarán a ser nuestros siempre. Puede que un día te encuentre por
esta ciudad, y ya no reconozca ni tus ojos, ni tu pelo, ni tu sonrisa. Puede
que me haya cambiado el nombre y me dedique a viajar por todo el mundo con
maletas, llenas de vestidos imposibles.
Puede que siga odiando el color marrón, el frio y las conversaciones a
medias. O puede que no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario