Te habías despedido.
Era una de estas despedidas que te partían en dos y te dejaban el
corazón hecho añicos. Todo el suelo estaba lleno de pedazos. Como un puzzle que
no encaja. Como la vida cuando nos frena de golpe. He perdido la voz en sueños despiertos
gritando tu nombre, he muerto en todas las esquinas de tu cuerpo, y me quedé
dormida en tu pecho y ya no sé dormir en mi cama.
Tan grande y tan lejos.
He andado por las calles odiando mis ojos, mi piel, mi pelo
y hasta mi sonrisa. He cogido trenes imaginarios buscándote al final del vagón,
con la camiseta de rayas y la mirada despeinada sonriéndome.
Y ahora no hago más que echarte de menos, y no hay nada más
grande que tu abrazo al despedirte, “más fuerte, cómo si me quisieras romper” y
vaya si estoy rota. No quiero que duela. No quiero que me duelas. Volverás a
irte y todas las canciones me hablarán de ti.
Tendré que coger aviones sola, escribirte en los
aeropuertos, cogerme a mí misma de la mano en el despegue y en el aterrizaje.
Volveré a olvidarme de la felicidad. Y tú olvidarás a aquella que te volvía
loco en todos los sentidos.
Compraré flores, dormiré entre libros, volveré a esa playa
una y otra vez, y miraré la luna. Esa luna llena que fue cómplice de nuestros
besos.
Y puede que algún día me olvide del olor de tu cuello. O
puede que lo recuerde siempre porque estarás aquí. Conmigo. Y puede también que
no tenga que olvidarme de la felicidad.
Que esta noche, te necesito jodidamente a mi lado.