Nadie.

No. No lo sabéis, ni lo sabe nadie. No sabéis cuanta pasión generan ciertas cosas, no sabéis como pienso, no sabéis como actuaría ante cierta situación, ni cual será mi siguiente paso. No sabéis hasta que punto soy capaz, capaz de lo que sea, eso no importa: capaz; ni cuanto cabe en mí, ni cuanto reboso, cuando me colmo o cuando me vacío. No lo sabéis. No sabéis a cuanta impotencia puedo llegar a dar cobijo, ni sabéis en que punto exacto pierdo el control y me dejo dominar por un impulso, una corazonada. No sabéis cuantas veces al mes calibro mis ánimos. Ni cuanto me gusta ser absurda, ni sabéis si lo soy. No sabéis que porcentaje de risas desearía poder descomponer en lágrimas, ni sabéis si sería posible que eso ocurriera. No sabéis si no os dejo saberlo por pasotismo, vergüenza, desconfianza o prudencia. Pero es que si os lo contara, ya sabríais más que yo.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Juegos de azar.


 
 



No creía en el amor, ni en las casualidades, ni en el factor sorpresa, ni en los besos a escondidas, ni en las miradas que enamoran. Por eso, empecé a buscar algo en lo que podía creer. Y de todas las cosas posibles, me quedé contigo. Siempre me dijeron que algunas veces se perdía y otras se ganaba. Pero yo estaba acostumbrada a ser ganadora. Siempre. Y tuviste que llamar a mi puerta para demostrarme que es cierto eso de que algunas veces se pierde. Contigo perdí mucho más que los granizados de limón en las noches de verano, mucho más que los versos susurrados a media tarde, mucho más que las estrellas que traías cada noche a mi cama. Queriéndome más que nunca. Queriéndote más que a nadie.  Me perdí a mi misma…y también a ti. Te llevaste mi sueño, y mis ganas de dormir. Dejaste un hueco en mi cama, sin embargo, en mis recuerdos llenaste todo el espacio posible. Con tantas imágenes felices, con tantas sonrisas, respirando esa sensación que hace tanto tiempo que no tengo, que quizás no sepa ya ni a qué sabe.  

Ahora la película ha terminado, apareció” The end” en la pantalla, bien grande, para que lo viera de una vez. Para que me diera cuenta de que esas noches entre sábanas violetas,  risas, miradas y gemidos, se habían esfumado. Ya no estaban. Y puede que algún día regresen, y puede también… que esta vez gane yo.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Ya nunca estabas.




Escribí, por ejemplo, que quería escuchar el mar en tu pecho cada tarde, que aun éramos jóvenes, no podíamos dejar que nuestros sueños se deshicieran. Te abracé y perdí mis uñas de colores por tu espalda, en un abrazo interminable que luchaba contra el tiempo. Bajé la persiana, para que nadie nos viera, para esconderme del mundo contigo. Jugamos a viajar en el tiempo. Estuvimos en el futuro, en cada una de las ciudades que teníamos que ver, nos abrazamos en todas las posturas posibles, nos besamos hasta que descubrimos que todavía sabíamos a mar. Éramos un mar lleno de mareas y barcos. Te escribí: “Quédate conmigo”.

Sin embargo,  ahora se que no habrán más inviernos, ni primaveras. Que no existe un siempre, apenas un ahora. Y que nunca podremos ser más eternos que el tiempo. Escribí también que ayer bailamos, sin ropa, en una pista de baile con sábanas violetas. Y que te quise como a nadie.

-A veces no se puede querer tanto- Te dije, y sonreí. Como quién despide un tren, sabiendo que no volverá a pasar por ese lugar. Sabiendo que no nos queda más que un puñado de recuerdos que pasarán a ser nuestros siempre. Puede que un día te encuentre por esta ciudad, y ya no reconozca ni tus ojos, ni tu pelo, ni tu sonrisa. Puede que me haya cambiado el nombre y me dedique a viajar por todo el mundo con maletas, llenas de vestidos imposibles.  Puede que siga odiando el color marrón, el frio y las conversaciones a medias. O puede que no.

lunes, 3 de septiembre de 2012

" Perdonad, estábamos jugando al escondite"





Habíamos escapado sin mirar atrás, recorriendo carreteras interminables en un bonito descapotable. Comiendo en pueblos perdidos cercanos a alguna carretera, con mi vestido azul cielo y tú, con tu camisa blanca, llenos de vida. Yo te decía frases dramáticas cada vez que parábamos a repostar y tú me besabas como si no me fueses a ver nunca más.  Paseábamos por la playa con las maletas en la mano, tumbándonos a dormir en la arena, con un sol que no perdona. Nos queríamos por las noches, y hacíamos el amor por las mañanas. Después del “Buenos días, preciosa” tocaba buscar un buen sitio para desayunar. Nos perdíamos en el café, y no necesitábamos decirnos nada, con mirarnos sabíamos hacía donde iba a continuar nuestro viaje. Éramos el destino del otro.

Y la vida eran esos instantes, los semáforos que nos hacían pararnos a respirar. Los desayunos inesperados y las cenas en medio de la nada, simulando escapar del tiempo. Escapando de los relojes. Y tú contándome aquella película de “La vida es bella” mientras yo me quedaba dormida escuchándote, sintiéndome segura contigo. Tranquila.

 Y así pasaban los días, nosotros como protagonistas de una película que nunca se rodaría. En un viaje hacía “ninguna parte”, sin duda, el mejor lugar del mundo.

sábado, 14 de julio de 2012

Y tú, tan frágil.



 
La erótica de la intimidad, la lavadora girando como si no hubiera un mañana. Como si no existiera hoy. Como si este suelo fuera un lago azul, helado. Como el lago del círculo polar al que miraba África, sin esperanza. Ese lago que está por toda la casa y se obstina en creerse infinito. Todos los muebles flotando, y tú tan flaca. Tan desnuda. Tan frágil. En este lago no hay barcos, ni peces nadando, sólo cucharas, tenedores y fotografías desnudas. Estás tumbada en la bañera. El agua se va desbordando, y cada gota de agua se estrella en el lago, como el latido de un corazón que se apaga. Tienes los ojos cerrados. Te cansaste de leer, de buscar, de seguir el ritmo. Todo lo que querías se había esfumado. Y tú te habías escondido en la bañera para que el lago nunca existiera, pero existía, y estaba lleno de ausencia. La pintura de la pared se iba cayendo. Los marcos de las fotos, la televisión había dejado de funcionar. La ausencia de tu corazón se había convertido en un lago helado. Ya nada existía. Supongo que era el final. El final de algo que nunca fue.

jueves, 21 de junio de 2012

Con las mejores vistas.




Era la típica que adoraba ver las estrellas desde la azotea. De las que te decían “pero ese vestido es increíble”, llevándose las manos a la boca y con los ojos abiertos como platos.  Perdía la vida por vivir y no dejaba que el tiempo la matara (nunca). Removía el café planeando el siguiente ataque. Corría descalza entre el tráfico de las noches sintiendo la libertad en cada poro de su piel morena. No quería estar muerta.  Estar viva era vivir con todas las letras. Te llevaba a la luna si querías y si no te la traía a casa por las noches. Te quitaba la ropa cuando quería sentirte lejos y te abrazaba cuando quería sentirte cerca. Sabía que pasaría una vida ajetreada de llantos y sonrisas por aquel corazón loco que tenía. Pero aquí estaba para eso.  Si el corazón gritaba,  se subía a una montaña  y sacaba todo lo que llevaba dentro.  Y si dolía la vida, sacába las uñas y luchába contra ella. Si nada le llenaba, buscaba entre el tráfico de las aceras ese algo.  Porque la vida es bonita,  puta a veces y éfimera.  Y  tenemos que dejar nuestra pequeña huella en este mundo giratorio que a veces nos marea . Así que sonríe, escribe, baila, dibuja, corre y vuela en sueños. Pinta corazones en las paredes cuando te guste el amor, y táchalos cuando este se vuelva del otro lado.

La vida es una noria, cuando estas arriba tienes que aprovechar todas las vistas y gritar. Cuando estas abajo solo tienes que esperar paciente  la subida (que siempre llega.) Si quieres claro. ¿Y sabéis que? Desde aquí,  últimamente veo el cielo.

martes, 12 de junio de 2012

Adelante bonita.




Cuéntame si sabes lo que es estar en lo alto de la torre Eiffel y vislumbrar toda la vida que hay a su alrededor, si alguna vez has sentido mariposas subiendo por tu columna vertebral mientras el avión subía hacia el cielo. Si has follado hasta quedar exhausto y después has abrazado hasta odiar el amor. Si vuelas, sueñas, escribes y lees, si te has bañado en la playa por la noche, sientiendo el mar de verdad, el frío, el miedo arañándote las piernas. Quizás nunca te has asomado a ver las estrellas una noche de verano. Cuéntame si alguna vez te has puesto en medio de una  carretera y has gritado hasta ensanchar el alma. Si te has quemado con el café y has maldecido la vida por un segundo , si te has puesto su camisa tras una noche de guerra y has preparado el desayuno con una bonita sonrisa (las sonrisas siempre lo son). Si vives con la vida atrapada entre los dientes. Cuéntamelo, y no olvides que el mundo esta ahí fuera, sentado esperando a que te decidas a conquistarlo.

lunes, 11 de junio de 2012

Nieve.



Lo que no sabía hasta ese 7 de febrero era que la nieve me daba suerte. Que bailar bajo la nieve era mejor aún que bailar bajo la lluvia. Intentar atrapar los copos, mientras el viento te acaricia la cara y parece que el tiempo se para, que el mundo se rinde ante tus pies de bailarina soñadora. Y la nieve va cubriendo los abrigos, las sonrisas, dibujando formas sobre los paraguas. La gente parece feliz tras la bufanda, el gorro y los guantes. Entonces recordamos que estamos más vivos que nunca sin quererlo, y por eso, nosotros, como refugio antes ese frío no hacíamos otra cosa que mordernos,  rasgarnos, gustarnos…nos tentábamos sabiendo que íbamos a rompernos, (a rompernos la ropa, claro). Pero eso era lo de menos, estaba nevando, y estábamos juntos. A oscuras, desnudos, conociéndonos a tientas (una vez más). Cómo si nunca hubiéramos estado tan cerca, como si no hubiera un mañana y la nieve lo hubiera cambiado todo. Y seguíamos allí, en aquella casa de piedra en lo alto de la montaña, rodeada de nieve, de frío y de vida. Contándonos historias que solo entendían los tejados y las antenas de aquel lugar...
Hoy sin embargo, estoy aquí, tirada en la cama escribiendo y sonriendo pensando en aquel soñado 7 de febrero, aquella mañana del dos de enero.

jueves, 31 de mayo de 2012

Aquellos maravillosos 90.





Me acuerdo que era pequeña y me acuerdo porque mi barbilla no llegaba al borde de la mesa, y tenía que ponerme de puntillas cada vez que quería que alguien me hiciera caso. Vivía en la misma casa, en mi mundo y rodeada de ciudad. Me dedicaba a inventarme juegos solitarios para poder divertirme. Unos días era la dueña de un hotel,y alquilaba habitaciones a señores importantes de negocios, que apuntaba en mi libreta. Otros, me dedicaba a enseñar a mis muñecos matemáticas en la mini pizarra de mi habitación. También cosía trajes para mis muñecas, porque a veces tenían fiestas y tenían que ir muy guapas. Los días de lluvia me encerraba en el salón con una película de Disney,y me imaginaba como una princesa de esas que siempre acababan con un final feliz. Y era una calma bonita. No necesitaba nada más que aquella imaginación desbordante que me hacía tan sumamente feliz. Coger un ramo de margaritas cada mañana y ponerlo en un jarrón. Sentarme a dibujar. Y mis preocupaciones? Todavía no habían llegado, aún estaban de camino.
Esa calma, preciosa, infinita, que se siente cuando eres pequeño y el mundo te parece inmenso. Cuando lo más importante es llenar el tazón de cereales y galletas de dinosaurios.

viernes, 18 de mayo de 2012

La noche está estrellada.




Prefiero el mar a la montaña. La vida es una noche tumbado en la playa, mirando las estrellas sin verlas, soñando despierto, dejando que la arena se cuele entre los dedos de mis pies, embriagada de todo. Y la noche, siempre la noche. La noche es mágica. Me hace vivir, no pensar. Me pone en movimiento. Rompe mis esquemas. Prefiero las noches frescas de verano, andar con poca ropa, sentarme en el suelo y meterme algo de vida en el cuerpo. La mañana me sabe a dolor de cabeza. Me da sueño. Pero también me gusta. Me recuerda que soy mortal. Me recuerda que soy normal. La noche me hace soñar. Pero el día…el día me hace vivir de verdad, con su sol, con sus colores, su vida en las calles. Prefiero experimentar las cosas, aunque me salgan mal. Aunque me pongan la zancadilla. Prefiero probarlo todo a morirme sin saber lo que me gusta. Y lo que no. Y, más que nada, prefiero la vida bonita, pintada de flores (aunque solo sea en sueños) , disfrutar de las personas que quiero, de  todas esas sonrisas que se cruzan contigo a lo largo del día…Y de la noche, claro.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Y sin embargo, un rato cada día, ya ves...




Llegaste de repente, sin esperarlo, como las cosas buenas (que llegan sin avisar). Y sin previo aviso, mi felicidad tenía tu nombre y apellidos. En muy poco tiempo me has dado lo que buscaba: una montaña rusa con subidas y bajadas, con pellizcos en el estómago y sonrisas efervescentes. Me enseñaste que se puede querer aquello que aún no has visto. Y por eso, después de tanto tiempo, he podido volver a decir esas dos palabras que tanto miedo me daban: te quiero.
Te quiero porque tu espalda es "casa" y ahí, aunque intenten pillarme, no pueden hacerlo. Te quiero porque sé que matarías monstruos por mí. Te quiero porque el espacio que hay entre tu cuello y tu hombro es perfecto para mi cabeza. Te quiero por aquellos besos. Te quiero por aquel sábado. Te quiero porque si tuviese que escoger un sitio para vivir, sería tu habitación (y me da igual donde esté). Te quiero porque consigues que quiera olvidarme de todo lo demás. Te quiero porque eres mi primer y último pensamiento del día (y también los 587 que hay en medio). Te quiero porque me has regalado una bolsa llena de ilusiones nuevas. Te quiero porque conseguías poner mi piel en guardia con un simple roce. Te quiero porque me basta con el hueco que hay debajo de tu cama (o un banco de una plaza de Valencia) para sentir que voy a explotar de felicidad. Contigo. Siempre contigo.
Y no se si esto servirá de algo o si este nudo de la garganta se irá en algún momento. Tampoco sé si sigues viéndome cuando cierras los ojos. O si quieres verme, a secas. Pero este es mi último cartucho... y no puedo obligarte a que me quieras. No se cómo hacerlo. Y tampoco se si puedo. Solo puedo decirte una cosa: déjame ser tu casa.

viernes, 11 de mayo de 2012

El sol siempre vuelve a salir de entre las nubes.



Era frágil como un pajarito herido que vuela a tirones. Tenía la espalda llena de cicatrices, arañazos de piel roja y secuelas de una vida feliz. La felicidad es la que deja más secuelas, eso es sabido por todos. Sus mañanas favoritas eran las de sol, para ponerse sus vestidos más bonitos. Le gustaban los de flores porque le recordaban a cuando era pequeña y se tumbaba en el césped entre ellas. Con cuidado de no aplastarlas, a ver el sol de frente. Esas mañanas, cogía su vieja bicicleta, se ponía sus mejores gafas de sol y colgada del cuello toda la felicidad que irradiaba e iba a ver el mar. Una visita fugaz. Volvía llena de churretones por la piel, oliendo a sal. Escuchando a los míticos Rolling Stones muy bajito. En la ciudad los gatos de los tejados se relamían los bigotes y en la librería del centro había libros llenos de polvo. Esa era la siguiente parada. No era una librería normal, tenía un diván al fondo en el que poder leer el libro que quisieras, y la magia de entrar, escoger uno, y empezar a leer era indescriptible. Esos eran sus días de sol. Sal, literatura, música y polvo. Tras la lectura obligatoria se acercaba a un restaurante de los de siempre, en el que te ponían un buen zumo de naranja y un bocadillo de atún con olivas y tomate. Comía perdiendo la vista por la ventana. Tras la comida, un café y dejar pasar el tiempo. Al llegar la tarde, paseaba un poco por la ciudad, observando artistas callejeros y músicos eternos. Las tiendas estaban llenas de gente y las galerías de arte vacías. Disfrutaba entrando a ver fotografías y dibujos, soñando con mundos desconocidos. Con carreteras interminables, máscaras azules y cielos sin una sola nube. Esos eran sus días de sol. Volvía a casa al caer la noche, con mil sueños de más. Se hacía un ovillo en la cama y dejaba que la noche la abrazara. En su casa llena de libros, sueños, oliendo a sal y a flores.

jueves, 26 de abril de 2012


Escribía sin parar, sobre el tiempo que pasaba, sobre el café derramándose en el salón. Sobre el primer viaje, el segundo, las playas desiertas, el metro a las ocho de la mañana. Sobre la soledad, los lunes sin sol, los vestidos de flores. El mejor antídoto de la vida era bailar bajo la lluvia. Y en esa ciudad llovía demasiado. Escribía sobre los mares que había conocido, y los que le quedaban por conocer…Aunque al final todos los mares son el mismo mar. Toda la tristeza es la misma tristeza. Ya no buscaba nada, tan solo se tumbaba en su cama a escribir. Como cuando era pequeña y dibujaba flores porque aunque no las veía todas la mañanas, necesitaba ver algo tan bonito como una flor (O casi…). Porque no hay nada más bonito que una flor en el pelo. Pero era invierno y no habían flores bonitas, y en esta ciudad llovía demasiado. Estaban siendo unos días tristes. A veces aparecía corriendo, escapando, buscando una estela de avión en el cielo. Porque ella creía que existían las señales. Que algo le diría: Sonríe, bonita, que lo mejor está por llegar. Pero ella seguía triste. Apagada. Como los inviernos sin flores, como una casa vacía, como un tren que nunca para y se lleva todo por delante.
Ha pasado algún tiempo, ahora es primavera. Han salido las flores.  Se ha ido la lluvia (pero ha seguido bailando). Y sigue escribiendo…Pero con una sonrisa, una bonita sonrisa.

domingo, 22 de abril de 2012

Tenia magia.




Una sala de espera en medio del desierto. Y te preguntas: ¿A qué esperas? Los pájaros de mi espalda están deseando echar a volar. Tengo una azotea con vistas al mar y dos tumbonas esperando que nos propongamos vivir y olvidarnos del mundo. Un par de abrazos entre las costillas y más ganas que nunca de ser feliz. Encontré respuestas en los libros, algo me decía que merecía la pena vivir si te servías el café cada mañana. (O me lo servías tú) Y me falta una copa de champagne para celebrar que somos, que existimos, que toda la vida es ahora. La historia de mi vida, unos ojos grandes que quieren volar. Buscando unos ojos verdes tras el periódico en la cafetería de siempre. Ella paseando con esa magia por aquel París olvidado. El blanco y negro de los recuerdos fundiéndose con los colores en aquel cuadro que coronaba el salón. La vida consumiéndose como un cigarro. Tachando los días del calendario cada vez más felices. Persiguiendo azoteas, corriendo en dirección contraria mientras la lluvia nos cala los huesos. Intensos. Azules. Odiándonos y amándonos a partes iguales. Descubriendo que la vida es fácil si sabemos mirarla de frente.
"La vida era estupenda. Lo único que uno tenía que hacer en ese pequeño mundo suyo era ser escritor o artista o bailarín y quedarse sentado o ir por ahí, inhalando y exhalando, bebiendo vino, simulando que uno sabe qué coño pasa."
Bukowski.



martes, 10 de abril de 2012

Estaba en el fondo del mar.



Hay días en los que me sentía pequeñita, iba por la calle y los gigantes pasaban a mi lado sin mirarme. Las baldosas crecían, los árboles alcanzaban el infinito y las camisetas me llegaban hasta los pies. Tenía los ojos salados y el cuerpo pequeño, miradas de sal, llagas en los labios de morder la vida. Es entonces cuando me apetecía ir corriendo a una playa desierta a gritarle al mar todo lo que sentía. Y sentarme en la arena, taparme con un paraguas y hacer un refugio a prueba de balas. Acurrucarme para no tener frío, a esperar que pasaran las horas y me taparan con su manta. Esperar a que la intensidad del amanecer me transmitiese toda su fuerza; Dibujando en cada color todo lo que sentía: gris, violeta, amarillo, rojo, sol. Solo quería ver el infinito, la intensidad. Volver a la vida, salir de mi refugio y caminar de lado a lado de la playa llena de ganas. Ganas de disfrutar de cada amanecer, de la música, del baile, de las pequeñas cosas, esas bonitas que nos llenan sin  darnos cuenta. Como me hubiera gustado despojarme de los horarios y de los obstáculos que hacían grises mis días. Si hubiera podido volver cada mañana a vivir en ese amanecer... 
Por suerte, al final encontré la respuesta en el fondo del mar.
Y es que, toca levantarse y vivir todos los días y encontrar lo que buscamos en el fondo de la taza del desayuno, colgarnos de las horas e ir de un lado a otro creyendo que llegamos tarde.Y sonreír. Y vivir. Y en algún momento, perdernos por el cielo desde la ventanilla del coche.
Pero esa playa desierta... esa playa desierta es todo lo que necesitaba entonces.

viernes, 23 de marzo de 2012

Vamos a volar.


Tenemos microondas para freirnos el cerebro, cafeteras para cocinar a fuego lento sueños color marrón chocolate y lavadoras que centrifugan palabras a mil por hora. Tenemos coches con los que viajar, naves espaciales para visitar otros planetas sin movernos de la cama y vasos en los que almacenar lágrimas y zumos. Maletas en las que caben sueños en forma de ropa interior, juguetes para cuando se nos olvida porque vivimos. Tenemos la estanteria llena de adornos inútiles que nos recuerdan quienes somos, y bolígrafos para apuntar todo lo que se nos pase por la cabeza y hacer la lista de la compra. Faldas para poner los sábados noche y tacones y maquillaje para aparentar ser quien no somos. Luchamos por algo, no sabemos porque, pero nos levantamos cada mañana con motivos que se escapan bajo el agua de la ducha. Estamos vacíos, somos muchas veces seres andantes observando como el mundo se desmorona. Tenemos mil maneras de decir las cosas pero pocas veces nos ponemos a ello, preferimos dejar que el tiempo pase y nos aplaste. Tenemos ganas de cambiar el mundo pero como mucho nos cortamos las uñas para no arañarlo. Nos gusta reir y aunque a veces se nos olvida el modo de hacerlo lo buscamos en el almacén de las cosas que no se olvidan. Tenemos cajas de zapatos llenas de cartas que nunca llegaron a su destino y fotografías que nunca vieron la luz en el último cajón. Sabíamos como ser felices pero un viento huracanado nos arrebató todo lo que teníamos. Tenemos una cadena de sueños atada a los pies que no nos deja volar y un cielo que no admite pasajeros sin billete. No existen mostradores en los que se vendan billetes hacia la felicidad. Tenemos momentos desperdiciados cayendo de nuestras manos al suelo y destruyéndose. Ganas de hacer cosas bonitas y tiempo que se escapa corriendo bajo la piel. Tenemos tanto, tanto que no tenemos nada.Una maleta de sueños aguardando detrás de la puerta para cuando haya que escapar de improvisto. Sin billete de vuelta.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Dicen que toma pastillas para no soñar.


Le inspiraban esas calles, al bajar al metro y mirar como cada persona iba en una dirección diferente. Le encantaba perderse en esas miradas ajenas, alguien iba a comprar el pan, alguien regresaba a casa y alguien no quería regresar nunca a su vida. Se perdía por los entresijos de la ciudad, entraba en cada librería solo para oler las hojas de algún viejo libro. Se reía con algún título, fotografiaba las sonrisas, y salía de la librería. A veces escribía en una cafetería del centro con vistas a toda la calle, vivía entre palabras y al caer la noche se acostaba con ellas en el ático de su habitación. Vivir de palabras no es tan malo. Había comenzado una historia de chico conoce a chica, se enamora de ella y le pide matrimonio justo antes de que se baje del metro. Ella se iba sin mediar palabra. Otra historia fugaz. Como cuando escribió sobre aquella señora que quería escapar de la vida y alguien se enamoraba de sus arrugas. O instrucciones para hacer té, para escapar de la tristeza, sobre como perderse en el fondo del mar sin saber nadar y terminar saliendo a flote. Esa era toda su vida. Y alguna noche de sábado solitaria, se inspiraba y terminaba hablando de caricias en hoteles de segunda clase, de cafés de madrugada y besos a medianoche. Sobre perderse en el placer ajeno y abandonarse a la vida. Todavía recordaba la primera vez que le habían acariciado el pelo con todo el amor del mundo. Despacito y suave, escribiendo en él palabras bonitas. Y esa noche de sábado, ella recordaba mientras la música no paraba de sonar. Como alguien se había enamorado y la había rescatado de la vida, como le habrían propuesto matrimonio caminando por las calles de Italia. O quizá eso era una historia más, quien sabe. Vivir de palabras no es tan malo. Y uno de esos días en los que uno pierde la vista por cualquier paisaje, encontró el título de su siguiente historia: “Instrucciones para volar.” Solo hacía falta palabras, sueños, alguna que otra caricia y tener la sensación de que todo está en su lugar. Ahí estaba, escribiendo a las 2 de la mañana la más cuerda de las locas, sobre como escapar del tiempo y colgarse de su risa, sobre como volar sin moverse del sitio. Otra historia sin terminar, otro olvido, otra noche solitaria y silenciosa con tan sólo el murmullo de la ciudad de fondo. Que susurra que vivir de palabras no es tan malo.

lunes, 12 de marzo de 2012

Como dos cuerdos que juntos se vuelven locos.


Empezamos hablando de la lluvia, tú te pasabas las tardes de domingo mirando desde la ventana como arrasaba el parque de enfrente de tu casa. Yo solía salir los martes a bailar sobre los charcos con un vestido azul. Azul lluvia, claro. Después me contaste como habías sobrevivido a la vida, algo sobre escribir, escuchar música, y sonreír por las mañanas. Me reconocí en tus palabras y luego me vi en ti. Claro que después llego todo lo de que yo necesitaba que me rescataran y ver el mar desesperadamente, y tú quisiste ser mi héroe. Y lo fuiste. Mientras yo te hablaba de mis días grises, tú me acariciabas el pelo, y nos prometimos un día bailar bajo la lluvia. Desde entonces, esta ciudad somos nosotros. Cada calle, cada farola, los bancos solitarios en las calles solitarias. La biblioteca y sus pasillos silenciosos, cada uno en un lado buscando el libro perfecto. Viviendo un romance en cada esquina, “viviendo la novela más bonita de todas”. Somos protagonistas de un libro que no tiene final, el prólogo me lo escribiste el primer día en la espalda. Empezaba con un “Seremos.” Escribiría sobre ti incluso sin conocerte, serías mi historia de amor de metro: “Cruzamos miradas, tú te perdías en tu libro de Kafka y yo memorizaba rostros somnolientos. Inventando un cuento para cada uno de ellos. Y un buen día, me cogistes por la espalda y acercándote sutilmente a mu cuello me susurraste: "Estoy enamorado de ti." Y el resto fueron vals por todo el metro hasta llegar al final y besarnos como locos.
Más tarde, tú me fotografiabas y yo te leía poemas desde la cama.
No es tan diferente, protagonizamos la huída de la tristeza cada día, cada noche. Cuando la realidad y el sueño se vuelven uno y amanezco contigo. Acariciándote los labios y pensando (no diciendote) que estoy enamorada de ti, como en ese metro inexistente. Y vals por toda la cama hasta llegar al final y besarnos como locos. Como dos cuerdos que juntos se vuelven locos.

viernes, 9 de marzo de 2012

Desde mi epicentro.



Después de tanto tiempo me pregunto cómo he llegado a esto.
Cómo puede ser cierto eso de que la vida es una noria que no para de girarn(arriba, abajo, arriba, abajo…). Cómo puede cambiar todo en cuestión de unos meses. Cómo pasar de hacer algo que te encanta, que mantiene tu vida a hacer algo que te amarga, consumiéndote poquito a poco. Cómo he podido pasar de saberme de memoria todos los vértices de una persona a no acordarme ni siquiera de su voz. Cómo ha pasado…cómo mi compañera de aventuras y yo nos hemos convertido en dos completas desconocidas que ni se miran al cruzarse por la calle. Cómo se consigue sentir que puedes dejar tu vida en manos de una persona, y al día siguiente, dudar de cada palabra que sale por su boca. ¿En qué momento exacto comenzó el declive? No lo se…No me gusta esto. No me gusta haber perdido a tanta gente en tan poco tiempo. Me da miedo convertirme en otra persona. Ya me he transformado demasiadas veces supongo. Quiero conformarme un poco, dejar de exigir(me), aprender a confiar, dejarme llevar (sí, se que sigue sonando demasiado bien.) Y sacar el valor de debajo de mi cama (o dónde coño se encuentre), para decirle a mi compañera de aventuras que la echo de menos y que
no quiero que pase un día más sin decirle que la necesito, al chico de los mil vértices preguntarle como está, y volver a escuchar su voz. Volver a dejar mi vida en mis manos sin miedo a que se me caiga al suelo y se rompa en mil pedazos. Quiero volver a gustarme.

lunes, 20 de febrero de 2012

Todos mis vértices.



Sobran las palabras, ya ya lo sé, no es necesario que me digas más. Yo también me he fijado en su forma de caminar. En como tuerce ligeramente su cuerpo y como pasa acariciando el viento. Yo también he visto como gira la cucharilla del café siempre hacia el mismo lado ( la derecha) y sí, se que lleva el reloj bocabajo en su mano izquierda. Y como se deja sorprender por un atardecer cualquiera. A mí también me encanta la forma en la que nunca esquiva los
charcos, sinó que suele pasar por encima y mojarse los camales, tan desgastados como siempre. La valentía con la que afronta el sonido de las agujas de un reloj.
Sí, lo sé, a mi también me vuelve loca que se sepa todos los vértices y la manera con la que pronuncia, “todo va a salir bien, ya lo verás”. Con él aprendí que cuando llueve es porque las nubes lloran de la risa por las cosquillas. Que yo también fingía no emocionarme cuando escuchaba sus llaves al otro lado de la puerta y sufría constantes infartos de miocardio cada vez que al niño se le antojaba deleitarme con su sonrisa. He contado uno a uno los pasos que hay de mi cama a la suya, y me he repetido hasta el convencimiento que lo único que nos separaba de vez en cuando, eran esos pasos. He estudiado cada noche los escondites de su cuerpo, su barba rebelde, sus heridas de guerra y esa pequeña cicatriz que tiene en la frente desde que se cayó por aquel tobogán cuando tenía 2 años porque pensaba que él, podía volar. (esto no impidió que lo siguiera pensando.)
Yo también he descubierto en su cuerpo mapas mudos que me cuentan todo lo que necesito saber. Y sé que todas las constelaciones que existen las puedo encontrar en los lunares de su espalda, esa que el cada noche me prestaba. Que un día de repente descubrí como todo, dejaba de ser tan gris si él estaba conmigo. Que las penas no eran tan penas cuando me llenaba de besos diciéndome, “anda tonta, que todo pasa”. (Y vaya si pasó…). Que podría haber construido mi mundo entre sus sábanas. Y haberme quedado allí, haciendo de sus sueños los mios y de sus miedos mis monstruos. Que sí, que te comprendo. Que se como pierdes la cabeza al ritmo de sus pasos. Y conozco perfectamente esa sensación que te atraviesa cuando un milímetro de su cuerpo (el que sea) decide toparse con el tuyo. Que sí, que yo también le he querido. Mucho.
Sí este cuanto ya me lo han contado, ya lo he soñado, y hasta me atrevería a decirte, que ya lo he vivido.

viernes, 17 de febrero de 2012

Se dejaba llevar.


No oscureció aquella noche. Porque aquella mañana no había amanecido. Te marchaste dando un par de gritos. Cerrando cada suspiro con un portazo. La puerta dilatada por el calor. Podría ser agosto, quizá septiembre. ¿Cambiaba eso las cosas? Por eso lo olvidé.
Comenzó el otoño en la habitación. Caía el papel de las paredes. Las hojas de los libros.
Se estropeó el tocadiscos. Volvía a estar jodida, tendría que comprar uno nuevo. Las cosas volvían a funcionar dándoles un par de golpes. Esta vez no fue así. No se volvieron a escuchar los mejores vinilos. No volví a oirte respirando en mi cama. Y mira que le di golpes al enchufe y a la caja. Y mira que le di golpes a la puerta. Y a la pared. Pero no volviste a aparecer. Caiste otra vez. Llegaste de nuevo al callejón oscuro del que nunca te conseguí sacar. Te llamaría y te contaría tantas cosas, que me agobiaría. Y colgaría. Y seguiría sin saber por dónde empezar.
Me gustaba la forma en que todo te daba igual. No queda ni tu olor.Ni tu hueco en el sofá. Has desaparecido de nuestras fotos. Has vuelto a huir. Te encontré huyendo. Te he dejado escapar. Estabas huyendo. Sin café de despedida.